Recuerdo que cuando era niño me decían que debía estudiar para sacar buenas notas. Así conseguiría ir a la universidad y después tendría un buen trabajo. No había por qué dudar de esto, pero… ¿se cumple?Cuando llegué a bachillerato empecé a sentir que algo no iba bien. El sistema parecía confuso, y todos sabemos que sin una base sólida, nada funciona bien. No me equivocaba.

Un día me di cuenta de que no estudiaría medicina, ni ingeniería aeronáutica ni nada que se le pareciera. No había razón entonces para esforzarme para sacar buenas notas. Al fin y al cabo, solo servían para eso, ¿no? Comencé a ser un estudiante pasivo. Iba a clase, aunque curiosamente disfrutaba atendiendo a los profesores y aprendiendo, pero cuando mandaban tareas y trabajos, si acaso los hacía, era de la forma más sencilla y menos laboriosa posible. Todos los profesores sin excepción me decían que me estaba equivocando, que mi futuro dependía de estudiar. Siempre he sido cabezota, así que no hice caso.

Poco después entré a la universidad. Fui la tercera generación del maravilloso grado, ese sistema universitario que hacía las carreras de cuatro años y de asistencia obligatoria. Nada más entrar en el sistema pensé “esto es el instituto”. Así fue. Tareas, asistencia obligatoria, profesores que nos trataban como niños. ¡Hasta pasaban lista! Me habían prometido que a medida que avanzara en el sistema educativo, dejarían de presionarme porque, al final, era yo el que debía presionarse. Yo era el único interesado en aprobar, ¿verdad?

Zipi y Zape en clase pasando lista

En una carrera científica como es psicología, la creatividad estaba absolutamente fuera del currículo. Que yo sepa, la creatividad, la inventiva y la imaginación es la base del crecimiento de la ciencia. Para crear nuevas hipótesis hace falta abrir la mente, pensar más allá del conocimiento disponible. La universidad que yo viví era un lugar donde el conocimiento puro y duro se transmitía de libros a alumnos (porque los profesores, con algunas excepciones, estaban de adorno). Nosotros, pequeños inocentes, entramos creyendo que saldríamos de allí siendo profesionales, pero salimos vomitando párrafos de científicos con los que muchas veces ni estábamos de acuerdo ni tenían base científica.

¿Y ahora qué? Si terminamos cuatro años de carrera y nadie nos ha enseñado a aplicar lo que sabemos ni a avanzar por nosotros mismos, ¿cómo hacemos? Ah, espera, que luego hay un pos-grado, máster, título oficial o cientos de títulos más, cada uno más caro que el anterior.

Sé que la esperanza de vida de las personas ha subido mucho en los últimos años, pero no hace falta pasarnos hasta los 40 años siendo estudiante o el becario de turno. Sobre todo, teniendo en cuenta que somos mucho más competentes de lo que el currículo espera de nosotros. Aquí es cuando, tal vez, pienses “oye, pero es que yo he estudiado muchísimo y apenas he conseguido ir año por año”. No te digo que no. Peeero te quiero hacer otra pregunta: ¿Crees que todo lo que has estudiado es útil? Hay conocimiento básico muy necesario. Como dije antes, sin una base sólida, nada puede funcionar. Pero hoy en día, con la excusa de examinar, puntuar y medir a los alumnos, se incluyen una serie de inutilidades con el único fin de ayudar a poner el número final. El resultado es previsible: los recién graduados somos un desastre, y los que no lo son es porque tienen un nivel mucho más alto del que se esperaba de ellos.

Jorge Cremades entrando en un Burger King

Y así llega la crisis de los veintipocos. ¿Qué crisis, si es la mejor época de la vida?, pensarás. Sí, tienes razón, es la mejor época de todas. Pero es cuando toca levantar el culo y empezar a ganarse el futuro. Al menos se espera eso de nosotros. En cualquier otra sociedad, por ejemplo en países del norte, es extraño ver a alguien con veinte años recién cumplidos sin haberse independizado. En sociedades subdesarrolladas económicamente, a los catorce años los niños tienen que ponerse a trabajar. Y aquí nos encontramos con adultos que llevan estudiando entre dieciocho y veinte años, muchos hablan varios idiomas con relativa fluidez, con miles de libros downladeados (me acabo de inventar la palabra, pero es que “descargados” no representaba bien lo que pretendía decir) y sin saber qué hacer. Y repito, los que saben moverse y buscarse la vida, no es que sean excepciones, están dando mucho más de lo que les ha enseñado el sistema educativo. Me atrevería a decir que en sus casas les han enseñado cómo deben actuar. No todos tienen esa suerte.

Tengo la suerte de haber trabajado en una agencia de colocación como técnico de empleo, y aunque fueron unas prácticas, aprendí cómo buscar trabajo, cómo emprender, qué es lo que buscan las empresas, cómo promocionarme como profesional… Lo único que me enseñaron en la universidad sobre eso fue cómo hacer un currículo, y fue un taller opcional para el que tuve que hacer mucho papeleo adicional.

La universidad huele mal, muy mal. Ahora tenemos que plantearnos cómo hacer para cambiarla.
¿Qué opinas tú?

Yo, por lo pronto, voy a escribir un rato…